En 2003, Jon Oringer se compró una Canon y creó Shutterstock. Diez años después se convertía en el primer multimillonario del neoyorquino Silicon Alley. Esta es la asombrosa historia de un ‘self-made man’ del siglo XXI.
Por VÍCTOR GODED
Hay un refrán español que asegura que nadie es profeta en su tierra. Pero Jon Oringer sí puede alardear de haber triunfado en Nueva York, la ciudad que le vio nacer el 2 de mayo de 1974. Los comienzos de su historia se escriben con el Apple II que que había en casa durante su infancia. Cuando acababa el colegio, en lugar de apuntarse a los partidillos de baloncesto callejeros con sus amigos, se iba directamente a su cuarto y ponía en orden lo que había aprendido en la clase de programación informática.
Aunque por aquella época no estaba popularizado el término friki, a él le encaja como un guante. Se pasaba horas codificando juegos y plugins para los Bulletin Board System, los sistemas ‘tablón de anuncios’, lo más parecido a internet que había a principios de los 80: «Siempre me pareció interesante que los ordenadores fueran capaces de hacer rápidamente lo que al ser humano le lleva mucho tiempo», asegura Oringer.
El lado emprendedor le llegó por la necesidad de no tener que pedir la paga con 15 años: «En el instituto siempre andaba buscando la forma de sacarme unos dólares. Así que aprendí a tocar la guitarra para dar clases a los demás».
Aunque reconoce que la guitarra llegó a ser «un buen negocio», se dio cuenta de que ganaba más dinero con lo que más le apasionaba: la informática. Así que dejó las partituras en el cajón y comenzó a arreglar ordenadores en casa de sus padres.
Aquel fue su primer contacto serio con la tecnología. Se matriculó en la Universidad de Stony Brook, en Long Island, para estudiar Informática y Matemáticas. Durante su época universitaria creó uno de los primeros bloqueadores de ventanas emergentes en internet. Llegó a vender miles de copias.
«No me fui a Silicon Valley porque no necesitaba recuperar la inversión»
En 1996 se matriculó en un máster en Ciencias Informáticas en la Universidad de Columbia, también muy cerca de su casa. Sin embargo, la cabeza no la tenía precisamente en los libros: «Mi objetivo era desarrollar complementos para el bloqueador de pop-ups. Usaba una lista de correos para vender firewalls personales, software de contabilidad o bloqueadores de cookies».
La aventura fue un fracaso. Mejor dicho, las aventuras. Porque Jon Oringer fundó hasta diez compañías distintas para llevar a cabo sus proyectos. Y aunque ninguna llegó a nada, Oringer se levantaba rápidamente porque él era su único empleado y las caídas no eran económicamente muy duras.
Afortunadamente, el destino le tenía guardado un sitio al final de este pedregoso camino de prueba y error. «Había fallado un montón de veces antes y estaba dispuesto a fracasar de nuevo», afirma Oringer. Así que no le dio miedo lanzarse de nuevo al agua. La inspiración le llegó cuando estaba diseñando –cómo no– un nuevo software. Su objetivo era que la gente renovara su suscripción. Para ello, «necesitaba imágenes genéricas y empecé a darme cuenta de que eran difíciles de conseguir».
Nueva York vs. California
A Silicon Valley le ha salido un competidor en Nueva York, Silicon Alley, pero entre ellos hay diferencias. Mientras en California presumen de tener 365.000 puestos de trabajo tecnológicos, en la costa este llegan a 300.000. Los californianos destacan en la fabricación de
computadoras y software; los neoyorquinos, en sistemas informáticos e I+D. Por último, Silicon Valley (en la imagen, la sede de Google) tuvo unos ingresos de 3.600 millones de dólares en el segundo cuatrimestre de 2017. Silicon Alley, 2.800.
Era el año 2003. Se compró una cámara Canon y salió a la calle a hacer fotografías hasta saciarse. En seis meses tomó 100.000. «Disparaba a todo lo que encontraba desde el desayuno hasta la cena. Involucré también a mis amigos. Resultó bastante sencillo crear material de archivo comercial», asegura.
Incluso contrató a un director de fotografía para que organizara sesiones con modelos a los que pagaba cien dólares al día para que llenaran artificialmente salas de juntas, montaran falsos picnics en Central Park o posaran con un periódico y una taza de café.
Con una inversión de solo 2.000 dólares, alquiló una oficina en Manhattan y seleccionó 30.000 fotografías. Así nació su gallina de los huevos de oro, Shutterstock, un banco de imágenes en el que, pagando una cuota, los abonados podían descargar las fotografías e ilustraciones que necesitasen para sus propias páginas web. Hoy día tiene más de 200 millones de referencias…
La Lista Forbes 2018 de los más ricos del mundo
Para generar tráfico y usuarios, anunció su producto utilizando plataformas como Google AdWords. Era la única ayuda externa. Él se encargaba de todo lo demás: diseñaba la web, contestaba al teléfono o los mails y ampliaba poco a poco el catálogo siguiendo la filosofía de captar fotos genéricas. Hasta que ya no pudo más: «El punto de inflexión fue cuando ya no pude seguir el ritmo de la demanda», explica Oringer.
La firma empezó a crecer tan alto como los rascacielos de la ciudad de la que nunca se ha querido mover. Amplió la plantilla mientras entraban ingresos netos porque, a diferencia de otras apuestas tecnológicas, rechazó una financiación inicial: «La gente se preguntaba por qué no me iba a Silicon Valley y entraba inmediatamente en la maquinaria de las startups. En parte –asegura– fue porque tuve la suerte de que no necesitaba recuperar capital».
Con esos sólidos cimientos, Shutterstock salió a Bolsa en 2012 y Wall Street, su vecino de barrio, aupó a Oringer como el primer multimillonario en Silicon Alley, la versión neoyorquina de la meca californiana. Desde la ventana de su oficina, en el Empire State, Jon Oringer tiene una preciosa perspectiva de la calle, donde tiene los pies, y le ofrece una vista limpia del cielo, un lugar que ya ha conquistado con sus propias manos desde que se sacara el carnet de piloto de helicópteros, el único capricho de este abanderado de una nueva ola de empresarios en la Gran Manzana.
Los otros éxitos de la ‘incubadora’ de Manhattan
Neil Blumenthal
Warby Parker
Es CEO y cofundador de Warby Parker, una firma especializada en gafas de diseño a buen precio. Creada en 2010, es una compañía con gran conciencia social. En 2012, el Foro Económico Mundial le nombró Líder Global Joven y, al año siguiente, recibió el premio Ernst & Young al Empresario del Año.
Jon Stein
Betterment
En 2008 creó Betterment, el asesor financiero independiente online más grande de Estados Unidos. Conocido por ser crítico con algunas prácticas financieras tradicionales, en 2016 ocupó el puesto 27 de los 40 millonarios por debajo de 40 años, una lista elaborada por la revista Forbes.
Jeniffer Hyman
Rent the Runway
En 2009 cofundó Rent the Runway, un servicio que ofrece a través de internet la posibilidad de alquilar vestidos y accesorios de más de 500 diseñadores. Gracias a esta idea ha sido catalogada como ‘la mujer más influyente en tecnología’ o ‘la persona más influyente de la New York Fashion’.
Adam Beumann
WeWork
Nacido en 1979, este israelí es una de las dos cabezas pensantes de WeWork, una empresa surgida en 2010 que alquila oficinas en más de 40 ciudades de todo el mundo. En ellas ofrece salas de videojuegos o barriles de cerveza. Ha fundado también otras firmas como Green Desk o Big Tent.
Robert Reffkin
Compass
Es el presidente y cofundador de la agencia inmobiliaria online Compass. Entre sus inversores destacan Marc Benioff, fundador de SalesForce.com, o instituciones de la talla de Goldman Sachs. Aparte de emprendedor, Robert Reffkin ha corrido más de 50 maratones, uno en cada estado de EE.UU.